A ese camposanto otrora silencioso
donde la paz se arrulla en el gélido mármol
mi alma constreñida se encauza a tu encuentro
y a mi paso se abrazan ambarinas hojas de árbol.
Niños despreocupados juegan y ríen libres
sin acusar congoja por la perpetua ausencia
y en retozos ingenuos sofocan a la vida
ante los ojos viejos que observan con anuencia.
Ante innegables tumbas que decretan la muerte
los rostros afligidos inquieren sus recuerdos,
las flores caprichosas de sutiles colores
son un consuelo pobre, sólo un pobre consuelo.
Yo estoy aquí mamá, aquí con claveles y rosas
de ésas que iluminaban tus ojos con agrado,
una flor – tú decías – nada más que una flor
sin saber que las flores eran tus próvidas manos.
Cuánto quisiera hoy contenerme en tus brazos
y mañana y pasado, hasta el fin de mis días.
perdona por traerte junto con estas flores
que tanto te gustaban, estas lágrimas mías.
Marina Flores Rozas
Chile, mayo del 2019
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